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Entrevista a Marian Uría

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Marian Uría, socióloga de la Salud: “Las mujeres seguimos asumiendo las tareas vinculadas a los cuidados y esta sobrecarga genera muchos problemas de salud física y mental”

La escolarización gratuita de 0 a 3 años es una de las medidas urgentes que esta experta propone para avanzar hacia la igualdad de mujeres y hombres
9 de mayo de 2024 / REDACCIÓN WGH-SPAIN

Marian Uría es socióloga, tiene un máster en Sociología de la Medicina cursado en Londres y se ha dedicado a investigar sobre género y salud. “Me he dedicado al tablerío”, añade haciendo gala de su buen humor, y de su contagiosa risa, para referirse a las tablas con números que han pasado por delante de sus ojos a lo largo de su vida profesional. Su carrera, por otra parte, ha estado muy vinculada al activismo social y ha militado desde muy joven en el feminismo. “Lo personal es político”, señala ella parafraseando a las activistas norteamericanas de los 70. Tras décadas de trabajo en Asturias, primero en la Consejería de Salud y luego en el Instituto de la Mujer, esta bilbaína recientemente jubilada sigue sin retirarse de las calles. “El tema de la conciliación es fundamental y necesitamos que haya escolarización de 0 a 3 años”, exige, “que haya esa posibilidad es clave para la igualdad y para la incorporación de las mujeres al mundo laboral”.

Marian Uría, socióloga de la Salud: “Las mujeres seguimos asumiendo las tareas vinculadas a los cuidados y esta sobrecarga genera muchos problemas de salud física y mental”
Marian Uría, socióloga de la Salud.

Lleva décadas defendiendo la igualdad de mujeres y hombres. ¿Recuerda el momento concreto en que llegó el feminismo a su vida?

Sí, claro, fue en los 70 en la Universidad, yo estaba en la Liga Comunista y vino una compañera a hablarnos de que se estaba organizando el movimiento feminista en España. Enseguida se montó la Asamblea de Mujeres de Vizcaya, que sigue existiendo, y ahí me metí. Estábamos mujeres de partidos políticos, lo que llamábamos la doble militancia, y otras que solo eran feministas. Ahí comenzó la ola del feminismo en España tras la guerra civil y la dictadura. Empezamos a hacer cosas y un hito muy grande fueron los juicios por aborto a las mujeres de Basauri en 1981.

¿Qué ocurrió?

El aborto no era legal en España, pero había mujeres que los practicaban a las que se llamaba “curiosas”. Alguien las denunció, a todas, a las “curiosas” y a las que abortaban, y las llevaron a juicio. Ten en cuenta que, en aquel momento, el aborto estaba penado con la cárcel. Nos movilizamos y hubo repercusión internacional, vinieron televisiones de todo el mundo a cubrir el juicio, hicimos encierros en ayuntamientos, en iglesias, se movilizó toda España, aunque el centro estaba en Basauri. En el juicio, se absolvió a 9 de las 11 acusadas, aunque la Fiscalía lo recurrió, pero finalmente no ingresaron en la cárcel, aunque algunas ya habían estado en prisión antes del juicio. La presión nacional e internacional y un tribunal bastante progresista lo consiguieron. 

¿Cuáles eran las principales reivindicaciones en aquella época?

Yo estuve en la comisión de divorcio, porque el divorcio tampoco era legal, la mujer no se podía divorciar y había muchas situaciones de maltrato, pero de eso ni se hablaba. Fíjate que parece todo muy lejano, pero esto ocurrió hace poco más de 40 años. Recuerdo que la primera vez que salí en una manifestación llevaba una pegatina que decía “yo también soy adúltera”, y mira que de aquella estaba soltera, pero el adulterio en las mujeres estaba también penado con la cárcel y te quitaban a tus hijos. En cambio, si el adúltero era el marido, no le pasaba nada; y si te mataba porque te pillaba con otro en la cama era un eximente total y no iba a la cárcel. A principios de los 80, lo conseguimos y se legalizó el divorcio en España.

Eran otros tiempos y las necesidades eran otras.

Sí, de hecho, otro hito, que hoy puede parecer impensable, fue la despenalización de los anticonceptivos en 1979, que estaban prohibidos. Sobre todo, en aquella época, reivindicábamos el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo con el slogan “anticonceptivos para no abortar y aborto para no morir”, porque algunas se morían en abortos ilegales. En definitiva, luchábamos por la salud de las mujeres y el derecho a tener una sexualidad libre, a elegir la maternidad cuando decidiésemos, a divorciarnos…, es decir, derechos civiles básicos. Es que veníamos de una dictadura donde las mujeres no podían cambiar de provincia sin permiso de su marido, ni sacar el pasaporte, ni tener una cuenta bancaria. Son cosas que ahora vemos en otros países y nos escandalizan, pero no hace tanto tiempo, a mediados de los 70, pasaban aquí. 

Después de todos estos avances, hay quienes opinan que ya se ha conseguido la igualdad.

Totalmente falso. Es verdad que se han conseguido muchas cosas y estamos mejor, pero no hay igualdad, falta mucho. Para empezar, las mujeres estamos ahora en el mundo educativo incluso con mejores notas que los hombres, pero estos resultados no se trasladan al mercado laboral, que sigue priorizando la contratación de hombres a igual titulación porque hay sesgos en la selección. A esto se añade que las mujeres, aunque tengan un gran bagaje educativo, siguen responsabilizándose de los cuidados y cuando son madres o tienen a una familiar enfermo, son ellas las que cuidan y abandonan el trabajo o no lo priorizan. 

Hay políticas de conciliación para evitar eso.

Sí, claro que las hay y también hay avances con la progresiva pero no generalizada incorporación de las parejas a los cuidados. Sin embargo, el tema de la conciliación es uno de los grandes lastres que todavía tenemos las mujeres para la igualdad. Por muchas razones, seguimos asumiendo las tareas en el hogar y los cuidados de personas mayores y menores, porque si alguien se tiene que quedar en casa para cuidar, aunque ellos también pueden hacerlo, son ellas las que lo hacen. Y hay muchas cuestiones detrás, como por ejemplo la brecha salarial, es decir, el salario de los maridos es más alto y entonces ellas son las que se quedan en casa. Claro, también está la tradición de que las mujeres somos capaces de descuidarnos para cuidar, y eso lo seguimos teniendo muy asumido. Esto es así y, por ejemplo, al mirar los datos, sabemos que las excedencias por cuidados en el trabajo las siguen cogiendo mayoritariamente las mujeres.

Ha mencionado la brecha salarial, pero hay normativa que prohíbe estas diferencias salariales, la más reciente la Ley integral para la igualdad de trato y la no discriminación de 2022.

La brecha salarial existe y los datos están ahí, ronda el 20%. Incluso a mismo contrato, misma cualificación y mismos horarios, las mujeres tienen salarios más bajos. Esto es así, y es así porque por ejemplo en la empresa privada, muchos contratos se negocian a nivel individual y ellos reciben sueldos más altos. Aparte, por trabajos en el mismo sector, también hay diferencia en salario, incluso por hora trabajada. Por esto protestaban las Kellys en los hoteles: ellas de camareras de planta cobraban menos que los camareros del bar del mismo hotel. Esto tiene que ver con la tipificación de los puestos de trabajo. Y en la administración pública también hay diferencias porque hay más hombres en puestos directivos, tienen más dietas, más horas extras, más complementos… Como además las mujeres nos encargamos más de los cuidados en el hogar, pues tenemos más trabajos a tiempo parcial o temporales y no acumulamos antigüedad. Y esto tiene, además, repercusión negativa en las prestaciones por desempleo y en la jubilación.

¿Todo esto tiene relación con la salud?

Efectivamente, porque las mujeres vivimos más años que los hombres, pero con peor calidad de vida. La sobrecarga por los cuidados genera muchos problemas de salud física y mental como ansiedad, depresión o un malestar mantenido porque sigue vigente la idea de que “si yo paro, todo lo demás cae porque hay gente que depende de mí y de mis cuidados”. Esta sobrecarga año tras año genera una situación de muy mala calidad de vida. Este malestar es un problema de salud gravísimo que, a veces, se manifiesta de forma difusa con problemas de estómago, insomnio, dolor de cabeza, de huesos…, y te diagnostican de fibromialgia, gastritis crónica o ansiedad y depresión, dependiendo a qué especialista te deriven, como señala Sara Velasco. Es decir, a ese malestar se le pone una etiqueta que tapa todo el problema social que hay detrás con medicalización. Hace unos días me pasaron la foto de una pintada que refleja perfectamente esta situación y que decía “necesitamos cambiar el mundo, no que nos mediquen para soportarlo”.

La medicalización de la vida de las mujeres es otra de las denuncias del movimiento feminista.

Es que es otro gran problema, se medicaliza la vida de las mujeres desde muy pronto. A las chicas, al menor problema con la regla, se les dan anticonceptivos hormonales, que luego ya tomas durante todo el periodo reproductivo para no quedarte embarazada. Además, se medicaliza el parto o la menopausia. Bueno, se recetan alegremente hormonas para la menopausia a pesar de que ya están más que demostrados los efectos adversos como cánceres y enfermedades cardiovasculares desde hace décadas, con un estudio realizado a un millón de mujeres y cuyos resultados publicó The Lancet en 2003. La medicalización de la vida de las mujeres es terrible.

Los hombres también tienen sus propios problemas de salud: viven menos años, tienen más muertes violentas, mayor índice de suicidios…

Eso también hay que abordarlo, claro, pero globalmente las mujeres estamos en peores condiciones y en otros países en condiciones infinitamente peores, sin acceso a la salud, aborto penalizado, etc. Todo esto tiene que ver con la construcción de la masculinidad y feminidad que a nosotras nos afecta de una manera y a ellos de otra, pero también es terrible para ellos que se ven obligados a no mostrar vulnerabilidad, dolor, inseguridad. Esto los lleva, como dices, a poner en riesgo su vida conduciendo peligrosamente, no utilizando protección en el ámbito laboral o acudiendo tarde al sistema sanitario, así como ejercer violencia entre ellos y contra las mujeres, y eso genera muchísimo dolor. El heteropatriarcado, al final, nos oprime a todas las personas.

Para terminar, siempre hacemos la misma pregunta que da nombre a esta serie de entrevistas: ¿de qué está hasta los ovarios?

Esta pregunta me recuerda al lema “fuera los rosarios de nuestros ovarios”. (Risas).

¿Cómo?

Es una de las frases que gritábamos ya en las primeras manifestaciones y ahora todavía seguimos gritando. Otra muy popular era la de “si los obispos parieran, el aborto sería sacramento”. Claro que las chicas de ahora van a la manifestación del 8M con lemas muy buenos: “con ropa, sin ropa, mi cuerpo no se toca” o “la noche, la calle, también son nuestras”; ah, y una que es “mítica”, la de “Manolo, la cena te la haces solo”. 

Bueno, pues eso, ¿de qué está hasta los ovarios?

El tema de la violencia de género es algo que te duele en el alma y no se puede permitir que sigan matando a las mujeres y/o a sus hijos para hacerles a ellas el mayor daño posible. Necesitamos medidas urgentes para evitar esto y una de ellas es la educación sexual obligatoria en las escuelas y a todas las edades para que las generaciones futuras no sufran esta lacra. No podemos permitir los mensajes y las medidas de los gobiernos apoyados por la ultraderecha, que niegan la violencia de género. “Ni una más, ni una menos”, como decimos en las manifestaciones cuando hay un asesinato. Y esta es la punta del iceberg, porque miles y miles de mujeres sufren maltrato cotidiano en sus hogares, hay acoso en el trabajo y muchos micromachismos. En fin, todavía hay mucho por conseguir. Y las mujeres tenemos que estar siempre alerta, porque los derechos que vamos consiguiendo nunca los podemos dar por asegurados. Por eso, estoy por un feminismo liberador, no victimizador, no punitivista y que confluya con otras reivindicaciones sociales en nuestro país. Pero no podemos desvincularnos de la situación que sufren millones de mujeres en el mundo, cuyos derechos siguen siendo pisoteados. El feminismo tiene que ser internacionalista. 

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